Resumen

Todo cambió cuando él se interpuso en mi camino, sin un motivo, sin una explicación, se propuso cambiar mi vida, y lo consiguió, pero las consecuencias, son impredecibles

lunes, 26 de marzo de 2012

5º Entrega


Capitulo 1

Ese día me vi tan sola y abandonada como nunca y al principio me costo, durante todo el día tuve que vagabundear por las calles sin ningún rumbo fijo, porque yo no tenia a donde ir.
Al caer la noche me adentre en un callejón buscando algo de tranquilidad, en cambio, me encontré con una pelea entre un gato y algunos perros callejeros, por lo que solo conseguí fue sobresaltarme y que se me quitara el sueño, así que seguí andando, cabizbaja y tiritando de frío, hasta que encontré una casa abandonada con la puerta rota.
Me senté en una esquina, entre la oscuridad, que de aquí en adelante parecía que sería mi mejor y única amiga. El cristal de la ventana estaba roto, y la luz de las farolas se difuminaba al impactar en los afilados trozos que quedaban incrustados en la madera.
Encogí las rodillas y las abracé, en un inútil gesto para protegerme de la soledad que me inundaba. Poco a poco el sueño me fue venciendo y mis ojos se cerraron para un pequeño descanso de la realidad.
Soñé con él, y con esa noche, tan juntos y unidos que no se repetiría. Él me besaba, cuando gritó “vete” con una voz inhumana y entonces desperté. Una manta me cubría, una manta que no era mía. Miré a mi alrededor. No había nadie.
Me levanté, sin saber muy bien que hacer ahora. No podía quedarme allí a esperar que pasase un milagro, por que no lo haría, mi barriga rugió, recordándome que no comía desde hacía un día.

Fui al mercado, sin pensar mucho en las consecuencias. Un policía gritó mi nombre y sin darme cuenta reaccioné bruscamente delatándome. A partir de ahí, todo sucedió tan deprisa que parecía ir a cámara rápida.
Comencé a correr, prefiriendo cualquier cosa a volver a ese lugar; corrí como nunca, pero, aún así, me atraparon.
-        ¡Pero niña! ¿Cómo se te ocurre? – gritaba el guardia, apretando mi brazo hasta el punto que me hizo daño.
Bajé la cabeza en un gesto de sumisión, pero en cambio, deje que mi mente volara hasta el siguiente plan de escapada.
Llegamos al orfanato y a una parte de mi, le pareció que nunca nos habíamos ido, pero no era así. Nadie salió a recibirme, el hombre tocó la puerta y una de las monjas, Kera, salió a atenderlo de mala gana. Oí como se levantaba de la silla y arrastraba los pies por el lioneo suelo hasta la puerta.
-        Hola – dijo con la voz algo apagada – ¡Kristen! Pero ¿Dónde te habías metido? – continuó la mujer, fingiendo sorpresa, no le sorprendía, le avergonzaba que alguien que hubiese salido de allí no fuera capaz de escapar de la policía, y a la vez, le cansaba tener que volver a ocuparse de mi.
A veces me paraba a pensar en por que seguían allí, no les gustaban los niños, de religiosas poco tenían y tenían aun menos ganas de vivir que yo, y eso era difícil.
Me senté en el alfeizar de la ventana mientras ellos hablaban, como una niña pequeña que no quería meterse en problemas
-        ¡Kristen! – Llamó la madre mayor desde la puerta, con paso decidido se acercó a mi y me dio con fuerza en la nuca.
El dolor se extendía a menos velocidad que mi furia. Nunca me habían pegado, mi madre había luchado por ello, y esa mujer no me iba a poner la mano encima ahora. Cruzó conmigo una mirada que me retaba, como si supiera lo que pensaba.
Yo no quería la guerra, pero no estaba de humor para aguantar estupideces.
Me puse en pié. Era más alta que ella. No la toqué, la mire fijamente y alto y claro le dije
-        No vuelvas a tocarme
La otra monja y el policía miraban atónitos la escena, y como la monja mayor bajó la mirada en ese gesto de sumisión que yo también conocía, es más poco antes también lo había hecho yo.
Me giré y fui hacia las habitaciones, estaba orgullosa de mi misma, ya que antes nadie se había enfrentado a ellas.
Esa noche, a la hora de rezar, me dedique a mirar por la ventana, a recordar a ese chico. ¿Hacía mal? Mi mente daba vueltas y no tenía nada claro.

Capítulo 2

Hacía una semana que había vuelto, y, a pesar de que la madre mayor me temía, las otras no. Había empezado a dedicarme a leer, ya que me parecía interesante esa posibilidad de salir de mi vida para entrar en vidas ficticias con finales felices.
Pensaba, que quizás salir de allí después de todo no era tanta prioridad, solo dos años más y sería libre, pero luego, volvía a la realidad, y escapar volvía a ser mi único objetivo.

Esa mañana el cielo estaba nublado y parecía venírseme encima, parecía que tenía el estómago en la garganta cuando tuve que correr al baño y dejé mis tripas vacías, me dolía la cabeza.

Ciro:

La noticia no se supo hasta el quinto día después de esa noche, cuando se declaro que una nueva vida vendría al mundo y se supo la historia de sus padres. Era mío. Uno de los arcángeles se presentó en mi casa, realmente no quería explicaciones, pero aún así las pidió, yo tampoco tenía escusa.
-        ¡Pero ¿cómo se te ocurre?! – bien se sabía que el hijo de un ángel solo se crea si hay sentimientos de por medio.
-        No lo se… me alejé de ella, intenté que no se repitiera… - intenté excusarme
-        A ver, Ciro, se que aún eres joven, pero entiende que no se trata de que se repita, si no de que ha ocurrido – decía mi superior, intentando hacerme entender algo que en realidad, yo ya sabía – hagamos un trato ¿deacuerdo? – asentí, esperando que se explicara – ve, deshazte de el bebe, y luego podrás ser readmitido, es tu mejor opción o serás expulsado sin retroceso.
Me sobresalté, no por el hecho de que me expulsaran, haciéndome ángel caído, si no por el hecho que me mandaran matar a mi hijo.

Después de ese día la vigilé más que nunca, antes había intentado alejarme de ella, pero ahora, no podía permitírmelo.
Al séptimo día empezaron sus nauseas, y comenzó a dejar de importarme que tuviera que deshacerme del pequeño al ver a la chica sufriendo, no comía, casi no dormía, y se aislaba aun más que antes.
Un día decidí escribirle una carta, me senté en el escritorio de mi casa, cogí un papel de color envejecido y una pluma, la escena me recordó a cuando había escrito aquella breve carta que me había dolido más que cualquier otra cosa, cuatro letras “vete”, ahora me hubiese gustado escribir, “ven” pero ella no podía venir.
Empecé a escribir: “siento haber hecho esto, ojala pudiera volver atrás…” – recordé entonces la primera vez que me mostré, se habría suicidado, taché toda la carta y volví a empezar en otro papel – “nunca debí acostarme contigo ya que ello está teniendo unas graves consecuencias…” – recordé su sonrisa, grabada a fuego en mi cerebro, sus labios en los míos, no me arrepentía, volví a tachar la carta. Volví a empezar – “iré a por ti.” – escribí, era la carta perfecta.

martes, 20 de marzo de 2012

4ª Entrega



Me aparte cuanto antes pude, antes de que pudiera hacer algo de lo que luego me arrepentiría, pensando un modo de mantenerme tan alejado de ella como pudiera.

Kristen
Oí como los pasos del chico se perdieron en el pasillo hasta que la puerta principal cerró de un portazo. Se había ido.
Cogí una camisa y unos vaqueros tres tallas más que la mía y me lo sostuve con un cinturón al que tuve que hacer un agujero improvisado.
La casa se había quedado en un aterrador silencio, que hacía que se me erizara la piel, me senté en el sofá y encendí la tele sin hacerle mucho caso.
Me moría de ganas por preguntarle que sentía él por mi, que por que me esquivaba o cual era la intención de su indescifrable comportamiento. No quería seguir pensando en él o en todas las dudas que podía ello acarrear, aunque una gran parte de mi, lo deseaba con todas sus fuerzas, pero a ningún lado me llevaría ello. En cierto canal, las noticias decían algo de mi desaparición, que al parecer, tras unos días la habían notado.

Ciro
Llegué al trabajo a la hora de siempre para informar de que mi protegida seguía a salvo
-        y tan a salvo según se oye – insinuó uno de los jóvenes.
Lo ignoré, aunque era evidente que lo había oído, alto y claro, que sus palabras resonaban en mi cerebro como pirañas atrapadas en muros de su propia comida.
La jornada transcurrió sin grandes sobresaltos, con reuniones entre los altos cargos y demás rutinas por las que cada día tenía que pasar, se avecinaba una revisión, por lo que pasarían a ver a la protegida pronto, pero no pensé que eso fuese realmente un problema, hasta que me después de pensarlo varias horas, me di cuenta de que ella debía de irse.

Cuando llegué a la casa, la chica estaba hecha un ovillo en el sillón con el mando de la televisión. Alzó la vista en mi dirección cuando abrí la puerta, y dos lágrimas recorrieron sus mejillas. Me acerqué a ella y le alcé el rostro con mi dedo índice, mantuve mis manos en sus mejillas procurando no dejarme seguir de ese punto.
-        Kristen… - la llamé
Ella me miró y intentó pestañear fuerte para que sus lágrimas desaparecieran, pero no lo hicieron. Me miraba con unos enormes ojos azules, tan brillantes, tan tiernos, me acerqué un poco más, su rostro estaba a escasos centímetros del mío, y yo lo sabía, pero no lo impedí, me acerqué un poco más y nuestros labios se tocaron como una caricia que nos había regalado el viento, algo tan delicado y perfecto que parecía irreal. Era tan perfecto que no parecía prohibido, mi protegida…

Kristen
Tras una semana viviendo con él, ya me había dado cuenta de que su trabajo ocupaba prácticamente todo el día, rara vez estaba en la casa, e incluso a veces no aparecía en dos o tres días, precisamente por ello, me extraño tanto cuando ese día llegó temprano, con el semblante serio y los puños apretados.
-        ¿Pasa algo? – pregunté
El chico se relajó un poco y se acercó a mi, hizo que levantara la mirada para encontrarme con sus ojos, y luego mantuvo la palma de su mano en mi mejilla, como si anhelase algo inexistente.
-        Tienes que irte – me dijo casi sin voz.
A pesar de su afirmación, luego me besó, sus labios se encontraron con los míos sin titubear y luego ya no se separaron, él no quería y yo tampoco.
 - Solo una vez – Dijo con una voz inhumana sin separarse de mi.
A pesar de que sus movimientos eran desesperados, brutos, fieros… en mi cuerpo parecían leves caricias del viento. Sin darme cuenta de que nos hubiéramos movido, llegamos al cuarto y me tumbó en la cama. Sus ojos verdes me examinaron como si nunca antes me hubieran visto.
Se acostó a mi lado y siguió besándome.
-        ¿Qué estoy haciendo? – se preguntó a si mismo en un momento determinado, pero no por ello se detuvo.

Cuando desperté, mi cuerpo temblaba y mi cerebro se sumía en un caos, el chico no estaba y el cuarto estaba más frío y vacío que nunca. Tambaleándome me puse en pié y vi un papel sobre el escritorio, pulcramente doblado.
Lo abrí con cuidado y mi corazón dio un vuelvo al ver lo escrito.
Era su letra, se refería a mí. Decía “Vete”. Mis ojos se inundaron una vez más y las lágrimas rodaron por mis mejillas, una tras otra sin poder hacerlas cesar.

Ciro

Me levanté temprano, no quise mirarla después de la noche anterior, no me la merecía e iba a hacerle daño.
Los arcángeles habían hablado antes de casos parecidos y estaba poniendo en juego su vida por mi felicidad.
Me senté en el escritorio, cogí una pluma de tinta y un papel del cojón. Vi como la luz oscurecía partes del papel y otras las hacía trasparente, como si nunca antes hubiera visto nada igual, solo quería alargar el tiempo que la tenía tan cerca.
Me temblaban las manos de arrepentimiento y miedo, quizás, por lo que pudiera pasar, no a mí, si no a esa chica que seguía tumbada en la cama, con ojos cerrados y mente soñadora.
Pude mantener la mano firme mientras con mano rápida escribía “Vete”. Doblé el papel con delicadeza y lo dejé en la mesa. Me paré en la puerta antes de salir y miré a la joven. En mis trecientos años no había visto a nadie como ella.
-        Adiós – susurré.
Pasaron las horas con una velocidad increíble. Cuando las campanadas de la iglesia dieron las 3 decidí volver a la casa, ya que ella ya debía de haberse ido, lo cual me dolía a la par de lo que me aliviaba. “Es lo mejor para los dos” me dije a mi mismo, como si quisiera convencerme, pero eso no justificaba lo que había hecho.

Kristen

Cuando salí del edificio, el sol brillaba como si se riera de mí, como si dijera que estaba siendo un buen día para todos menos para mí. Ya no me quedaban lágrimas, y mi intención era no volver a derramarlas, por nadie ni por nada, aunque eso era muy fácil de decir.
“Aquí, empieza realmente mi historia” me dije