Resumen

Todo cambió cuando él se interpuso en mi camino, sin un motivo, sin una explicación, se propuso cambiar mi vida, y lo consiguió, pero las consecuencias, son impredecibles

miércoles, 29 de febrero de 2012

3º Entrega


Esa tarde, a medio día, justo cuando el chico se disponía a dejarme sola con mis pensamientos, comenzó a llover, y el chico decidió pasar el primer día conmigo. Aunque no hubo gran diferencia, me agradó sentir la presencia de alguien más en la casa. El chico se sentó en uno de los sillones pequeños a leer un libro que nunca antes había visto, con una solapa antigua de cuero y las páginas envejecidas. Yo encendí la tele y me puse a pasar canales, cuando me aburrí de buscar alguna película inexistente me senté en el bordillo de la ventana a ver como la lluvia empapaba la ventana.
Las gotas gruesas repiqueteaban cuando el cristal interrumpía su camino a unos centímetros de mi, y luego se perdían juntas al llegar a la madera, sin ya fuerza, solo se dejaban llevar por donde la gravedad y el viento las llevaba.
-        No puedo convencerte para que vuelvas ¿verdad? – me preguntó en un momento determinado cuando ya entraba la noche
-        No – le respondí sin vacilar
El chico cerró el libro con un ruido sordo que me hizo pensar que estaba enfadado, aunque cuando lo miré, tenía la vista perdida en el suelo como si estuviera agotado de tener que soportarme.

Ciro
Esa chica que tan inocente me había parecido cuando me la encargaron, ahora estaba allí, viéndome y intentando enfadarme a toda costa.
Mi única misión era protegerla y mantenerla a salvo, y ahora estaba en mi casa y no tenía modo alguno de echarla de allí. No paraba de repetirme que no tendría que haberme infiltrado tanto, pero cuando la miré con sus grandes ojos azules brillando y por una vez sin estar empapados de lágrimas, pude pensar que quizás, eso había valido la pena.
-        ¿Me podría quedar aquí? – me preguntó
Por mi mente pasaron todo tipo de ideas, pero echarla no era una de ellas, mantuve el rostro serio ya que no pensaba denotar ninguna de mis emociones, era yo quien tenía que controlar las suyas, asentí

Kristen
Ese extraño se mantenía firme y frío, tanto que no parecía real. Pero ese hecho hacía todo tan intrigante, que únicamente tenia ganas de descifrar su rostro, su carácter, y gracias a ello, no me apetecía pensar. Todo parecía tan irreal, pero estaba allí, no podía ni ver el orfanato, solo veía mi libertad y ese chico que me había ayudado sin una razón lógica. Me sentía protegida por el, algo que tampoco entendía, ya que podría ser un asesino que yo no lo habría descubierto, pero si me había salvado la vida, suponía que no querría arrebatármela ahora.
Cuando llego la hora de irse a dormir, se fue a otra habitación, así que pensé que me quedaría en el sofá, ya estaba calculando como acostarme para que mi espalda no sufriera, cuando se asomó desde la puerta y me llamó.
Una cama de matrimonio coronaba la habitación, con una colcha azul y blanca, en la pared había una televisión de pantalla plana y algún que otro armario oscuro, la cabecera de la cama, era de una madera negra tallada. El techo estaba decorado con una enorme lámpara de araña.
-        Tu te quedas aquí – me informó el joven
Asentí en su dirección y me senté en el bordillo de la cama
-        ¿Qué piensas hacer ahora? – me preguntó, me quedé pensativa intentando planear algo
-        No lo se – le contesté con sinceridad.
No tenía mas ropa, por lo que me acosté con los vaqueros y la blusa de asillas, cuando estuve ya debajo de la colcha, Ciro volvió a asomar por la puerta
-        Buenas noches – me dijo con un aire paternal que no había visto antes si no en las películas
-        Buenas noches – repetí, sin saber muy bien que decirle
Apagó la luz, y me dejo a ciegas con mis pensamientos, tan sola que un escalofrío recorrió todo mi cuerpo en señal de una inútil alerta.

Cuando desperté me sentí aún mas extraña que cuando me acosté, con las sábanas pegadas al cuerpo, me levanté y aún a oscuras busque a ciegas un baño, por suerte, la habitación tenía uno propio.
Me desnudé y me metí en la ducha, el agua fría, consiguió que mi mente funcionara por fin al cien por cien, como una bofetada impactó contra mi piel, haciéndome temblar, cuando por fin se hubo calentado el baño terminó siendo agradable, siempre tenía la mala costumbre de pensar en la ducha, ya que cuando vivía con mis padres era el único lugar de la casa donde había algo de calma, pero ese día no pensé, no necesitaba pensar en nada, ya que ahora solo quería dejar que las cosas pasaran sin un motivo, sin una razón, solo dejarme llevar por lo que el futuro me iba trayendo. Me sentía liberada y eso nadie me lo quitaría.
Cuando terminé me envolví en una toalla y salí del cuarto a por alguna ropa, aunque me quedara unas tallas mayor, había investigado el armario, pero éste estaba aún más vacío que el mío en el orfanato.
Pasaba justo al lado del salón cuando choqué con el, el chico salía de un cuarto pequeño y casi me cae la toalla al suelo, mis mejillas se sonrojaron más que nunca y él por un segundo mostró un ligero gesto de vergüenza.
-        ¿Tienes alguna ropa que pueda servirme? – pregunté con una voz ronca y casi tartamudeando.
Me di cuenta en ese momento de que su cara estaba de nuevo a pocos centímetros de la mía y mi pecho casi tocaba el suyo, me quedé hipnotizada mirando sus ojos tan dulces y cristalinos como un trocito de cielo con un tono de marrón. Él también acababa de bañarse y su cabello marrón, aún húmedo parecía casi negro. El chico también se quedó mirándome a los ojos, y pude ver como su mano hizo ademán de acercarse a mi rostro en una fracción de segundo, pero luego la volvió a colocar en su sitio con un gesto algo brusco. De repente apartó la mirada y me esquivó.
-        Busca en el armario de ese cuarto – dijo, con una voz que no esperaba que utilizara en ese momento, tan fría, distante y seca que casi hizo que me diera una punzada dentro de mi, señalaba el cuarto del que había salido.


Ciro
Esa chica estaba totalmente convencida en hacerme volverme loco, cuando nuestros ojos se encontraron sentí como una chispa entre nosotros, algo tan imposible que me hizo revolverme del remordimiento.

jueves, 23 de febrero de 2012

2º Entrega



Esa noche no pude dormir, una niña que dormía junto a la ventana se pasó las horas llorando, era nueva, llevaba menos de una semana en ese infierno al que llamaban orfanato, donde se supone que intentaban que los menores sin familia pudieran ser felices… pero realmente no hacían eso, sólo intentaban regalarnos al primero que pasara mientras esperaban a que tuviéramos la mayoría de edad para poder echarnos de allí. Me puse a pensar, pensé en lo agradable que sería vivir sola en una casa, sin que la gente me preguntara a todas horas si estaba bien, o si echaba de menos a mis padres, pensaba también en lo bien que me sentía por que esa abominación que tenía por padre se hubiera suicidado, y luego me sentía mal por el hecho de que me sintiera tan libre a pesar de que ese hombre hubiese matado a mi madre. Pensaba, en lo fácil que sería escaparse de allí, ya que a nadie le importaría que desapareciera, nadie me buscaría… lo pensé tanto que quería hacerlo realidad, con todas mis ganas, casi todo en mi gritaba: corre, pero mi cuerpo no reaccionaba, la otra parte sólo quería descansar.
Cuando salió el sol de la mañana y la luz inundó la habitación, la mujer de siempre nos despertó y nos hizo bajar al patio mientras se terminaba de hacer el desayuno. Como siempre, me sentí como la oveja negra, todos allí eran menores que yo, a excepción de otra chica un año mayor, que tan solo le faltaban unos meses para llegar a la mayoría de edad.
Quizás debí quedarme en ese patio rodeada de niños pequeños a los que algún adulto adoptaría, quizás hacía mal al irme, sin dinero, sin un destino… pero poco me importaba, por que quería empezar mi propia aventura lejos de allí. Cuando comencé a correr, todos los niños dejaron de jugar y dirigieron sus miradas hacia mi, al principio me molesto, por miedo a que me descubrieran y me hicieran volver, pero luego dejo de tener la minima importancia.
Una vocecita me preguntaba que qué hacía, no tenía una respuesta lógica para esa pregunta, cuando me hube alejado varias manzanas de ese lugar y me detuve en seco, esa pregunta se hizo sólida.
El chico del día anterior apareció tras un edificio con el semblante serio como si yo fuese una niña traviesa y él, el padre que tenía que aguantar mis rabietas.
-        ¿Qué haces? – preguntaba como si se estuviera aburriendo de mí.
-        Buscarme una vida mejor. – le respondí, esperando que eso le fuera suficiente
El chico puso los ojos en blanco, sabía que se moría de ganas de repetir la afirmación “estas loca” y seguía siendo verdad, pero prefería prescindir de ella. Dio un violento suspiro y me agarró de la mano, dirigiéndome lejos de la vista de conductores. Su mano sobre la mía hizo que me recorriera un escalofrío, a pesar de que parecía no tener temperatura. Cuando doblamos la esquina me empujo a la pared y me cerró el paso.
-        ¿Por qué haces esto? – me gritó, a pesar de que ya lo sabía. No le contesté, mis ojos se inundaron inútilmente de lágrimas sin sentido. Poco a poco su expresión se fue relajando y acabó mirándome con algo parecido a ternura o pena.
Ese chico hacía que me sintiera bien, pero a la vez me enfadaba mas que nadie
-        Si tanto te preocupa… ¿por qué no me ayudas? – me aventuré. Volvió a suspirar.
-        Eso hago, constantemente – respondió, como si estuviera algo desesperado.
Al final se dio por vencido, y me llevó a un piso que supuse que era suyo, estaba lleno de fotos, la mayoría de chicas, en todas sus edades, familiares, supuse, había desde fotos en blanco y negro, hasta algunas no tan antiguas. Una llamó mi atención. Una niña sonriente alzada por dos brazos fuertes, al lado, una madre muy orgullosa de la familia que había conseguido, la niña era yo, a mis 3 años quizás. No me asusté por que tuviera fotos mías, lo que hice fue cuestionarme de que algún día esa familia existiera.
-        Conocía a tu madre – me dijo el chico, a pesar de que yo no se lo pregunté. Asentí.
-        ¿Era feliz? – dije sin darme cuenta
A pesar de que no quería preguntar, lo miré con toda la esperanza de que me afirmara de que en algún momento lo fue.
El chico me asintió
-        Lo era cada vez que te veía – me dijo el chico con dureza. Quería creerlo, pero me era imposible después de ver lo que le hacía ese hombre.
-        ¿Cómo te llamas? – le pregunté. El chico se quedó pensativo, y por unos segundos dudé de que me fuera a responder
-        Kristen… ¿Para que quieres saber mi nombre?
-        Ya que tu sabes el mío y me vas a ayudar… - le dije como si intentara suplicarle
-        Me llamo Ciro – su nombre sonaba irreal, aunque no fuese de los mas extraños.
-        ¿Por qué me ayudas?
-        Quieres ayuda ¿cierto? – dijo como frase final, ya cansado de mis preguntas.
No volví a decir nada, me senté en el sillón a observar las miles de fotos que había en la habitación.

miércoles, 22 de febrero de 2012

1º Entrega



Ese chico sujetaba mi mano como si le fuera la vida en ello, y la verdad era que su vida no dependía de tal cosa, pero la mía si, al borde de un precipicio sujeta a la vida con un brazo ya cansado de un extraño me veía en ese mismo instante.
Ahora me daba cuenta de lo estúpida que había sido al intentar saltar, y lo aun mas estúpida que parecía al estar siendo salvada por alguien con quien nunca había hablado.
-        No te sueltes – me gritaba el chico intentando subirme.
Ahora no sólo saltaría yo, si no que me llevaría la vida de alguien que no tenía culpa alguna.
Él de verdad creía que mi vida valía para algo, me miraba con unos ojos tan intensos que me penetraban hasta el alma haciéndome sentir culpable. No lo era, estaba en todo mi derecho de querer quitarme la vida, ya que ya no me quedaba nada. Intenté abrir la palma de mi mano.
-        No te sueltes – volvió a repetirme con aún más insistencia y fulminándome con la mirada
-        No lo haré… - Susurré al viento.
Las lágrimas se precipitaron desde mis ojos, rodaron por mis mejillas y cayeron a ese vacío a donde próximamente caería yo, y él si no me soltaba…
El chico hizo un último esfuerzo, del que pensé que no sería capaz, pero me elevó con todas sus fuerzas y mis pies dejaron de estar en el aire. Cuando sentí el suelo de nuevo debajo de mí, una oleada de alivio y de rabia a la vez me invadió, no tenía claro si quería apartar a ese chico y volver a tirarme o abrazarle y darle las gracias por salvarme la vida.
Antes de que hiciera nada mis piernas flaquearon y caí de rodillas, las lágrimas brotaron con más fuerza aún y no pude hacer nada mas que quedarme ahí, tirada.
-        ¿Porqué has hecho eso? – me gritó ese chico
-        Pensé que nadie me salvaría
Él me miró con insistencia, cómo si pensara que yo jugaba con él y ya estuviera harto de aguantar mi incomprensible juego.
Se inclinó a mi lado y levantó mi rostro, con la otra mano secó mis lágrimas, pero al momento, éstas fueron sustituidas por otras.
-        No llores… - me suplicó, como si le importara realmente.
Quité el peso de mis piernas y me senté en el suelo, abrazando mis amoratadas rodillas. El chico se sentó a mi lado y me abrazó con todas sus fuerzas como si fuera un viejo amigo que quería consolarme, pero eso no cambiaba el hecho de que no lo fuera. No dijo nada más, sólo se quedó ahí sentado, a mi lado, hasta que yo me tranquilicé.
-        No me dejaste morir – le dije
-        Estas loca – me contestó él. Acababa de verlo por primera vez, pero esa afirmación demostraba que sabía más de mi que nadie, que podía ver adentro, lo negra que estaba mi alma, contaminada, herida. No lo decía como insulto, ni como pregunta, sólo afirmaba que estaba loca, y quizás, eso fuera cierto.
-        Quizás si – le dije yo.
Meses atrás, veía como mi padre castigaba a mi madre hasta dejarle el cuerpo morado, y cuando ésta se resistía, el se acercaba a mi y me agarraba por los pelos, como si fuera un chantaje para mi madre, como diciendo, si no te daño a ti, la dañaré a ella, y yo así lo prefería, pero ella no, a ella le dañaba más verme sufrir a mi.
Cierto día, ese hombre sumido en una borrachera que nunca había imaginado que fuera posible, entró con un ruido estrepitoso por la puerta principal y delante mía apuñaló a mi madre hasta la muerte, cada golpe que le daba me dolía a mi en el fondo de mi ser, y aún más me dolía el hecho de que ella no se resistía, yo solo podía mirarla desde el otro extremo de la habitación, oculta en un hueco de un armario en el que nunca nadie se fijaba. Cuando el hombre acabo con la vida de la mujer se dejó caer al suelo llorando, al rato se levantó y con el mismo cuchillo que la había matado a ella, se mató a si mismo. Estuve días encerrada en ese armario, no por que no pudiera salir, o quizás si, mi cuerpo no reaccionaba, y aún cuando llegó la policía tampoco lo hizo, mi mente no funcionaba, pero yo tampoco quería que lo hiciera.
Otra lágrima surcó mi rostro
-        ¿Quién eres? – me preguntó el chico, haciéndome volver al aquí y ahora, algo que le agradecí.
-        Alguien desafortunada – me limité a informarle, aunque suponía que eso ya lo sabía.
-        ¿por qué haces esto? – volvió a preguntar
-        Por que a nadie le importa mi vida y yo preferiría dejar de sufrir – le contesté
-        Yo quiero que sigas viviendo – me afirmó con el rostro serio, como si para él fuese una gran perdida el hecho de que yo desapareciera, como si realmente tuviera algo que ver con su vida y fuera una parte importante. – No quiero que vuelvas a hacer esto, se por lo que has pasado, se lo que intentas hacer, pero cada vez que lo intentes yo estaré ahí y lo impediré, así que no te molestes en complicarme mi trabajo – finalizó.
Miré a ese chico de arriba a abajo, intentado averiguar si lo conocía de algo, pero llegaba continuamente a la conclusión de que no. A la orilla del llamado límite de la tierra el cabello de ese chico se agitaba fieramente, lo tenía corto y castaño y unos ojos miel cautivadores, sus labios finos y firmes denotaban su seguridad en sí mismo, sabía que no podía fallar, que todo lo que se proponía lo conseguiría, y al igual que él creía eso, yo también. Era musculoso, alto y andaba firme y decidido.
Pude ver mi reflejo en sus ojos, una niña con un cabello desgarbado, unos ojos deshechos en lágrimas, y un aspecto tristemente observable.
-        Confía en mí, ahora todo irá mejor – me dijo, como si de verdad lo creyera. Yo quería estar tan segura también, de verdad que lo intentaba, pero después de por lo que había pasado no podía imaginar una vida mejor.



Después de un rato, volví al orfanato, con la idea de intentar darle otra oportunidad a mi cruel historia