Resumen

Todo cambió cuando él se interpuso en mi camino, sin un motivo, sin una explicación, se propuso cambiar mi vida, y lo consiguió, pero las consecuencias, son impredecibles

jueves, 31 de julio de 2014

8º Entrega

Ciro

Ella se quedó dormida al poco tiempo, me fascinaba verla dormir, su piel pálida y sus pestañas largas sobre sus mejillas. Me propuse que esta vez haría las cosas bien, que iría con mas calma y la protegería por encima de todo. Mil pensamientos rondaban por mi mente cuando vi los faros de un coche precipitarse contra nosotros.
Giré el volante con todas mis fuerzas y oí como las ruedas se quejaban mientras derrapaban por la calzada. Vi el árbol acercarse y antes del impacto me abalancé sobre ella para protegerla, al fin y al cabo, ella podía morir y yo no. 
el ruido de la tapicería del coche retractándose sobre sí misma llenó el ambiente y cuando volví a abrir los ojos, observé como un filo hilo de humo salía del capó aplastado. Bajo mi cuerpo Kristen se revolvía intentando zafarse de mi agarre. 
- ¿Qué ha pasado? - murmuró confusa. 
- Hemos chocado, pero tranquila, no pasa nada - le susurré para intentar calmarla.
De repente me apartó de un golpe y miró a nuestro alrededor
- Seguiremos a pie - le dije con la voz entrecortada
Abrió los ojos como platos
- ¿Seguir a pie? ¡Estamos en medio de ninguna parte! - Me gritó, y tenía razón. 
Vi como la ira se abría paso dentro de ella, abrió la puerta y salió por su propio pie, yo, sin embargo aún tardaría en poder moverme de forma natural, probablemente con el golpe me había roto algo. Cuando se dio cuenta que no la seguía me miró.
- Vamos - Me dijo
- No puedo moverme... - El aire se escapaba de mis pulmones de una forma antinatural
En ese momento su rostro cambió y reflejó únicamente la preocupación que sentía por mí. Vino corriendo en mi dirección.
- ¿Estas bien? ¿Como puedo ayudarte? - me preguntó. 
Estaba medio sentado sobre el freno de mano y traté de incorporarme, pero un pinchazo en un costado hizo que volviese a encogerme. 
- Sácame de aquí, en un rato estaré bien

Kristen
Lo miré atentamente, el dolor se reflejaba en su cara como un eco que no quisiera mostrarme. Le agarré la mano e intenté incorporarlo con toda la suavidad que pude. Un grito ahogado salió de su garganta y no pude seguir, no podía hacerle daño
- Kristen, tienes que hacerlo, este accidente no es casualidad, tenemos que irnos - me decía, pero ya estaba paralizada y mi cuerpo comenzaba a temblar, por el frío, por el miedo, el olor a humo inundaba mis sentidos y me estaba mareando.
- No puedo... - Susurré
Trató de terminar de incorporarse por segunda vez y con un gesto de puro dolor paró. Soltó un taco antes de volver a rogarme
- No puedo yo solo
Volví a acercarme, conteniendo la respiración para impedir que el humo siguiera entrando a raudales en mis pulmones, la cantidad de humo que salía del capó aumentaba por segundos. Sin pensarlo una segunda vez, tiré con toda mi fuerza de su mano. Otro grito y cayó al suelo.
-Gracias - me susurró.
Sin embargo, yo pensé que estábamos en el mismo punto, él no podía caminar y yo no podía cargar con él
-Kristen, escucha - me susurró con toda la dulzura que pudo - el coche va a estallar, y hay mucho humo, tienes que alejarte un poco, tienes que ponerte a salvo - no le dejé terminar la frase
- No te voy a dejar aquí - afirmé solemne
- Escúchame, no me va a pasar nada, yo no puedo morir, pero tu si, vete.
Era la segunda vez que oía esa palabra y no quería obedecer por segunda vez, ya me había arrepentido suficiente la primera.
- ¡No seas terca! - me gritó, adivinando mis pensamientos.
Miré el coche y al bosque que se extendía cerrado como una nube de tormenta a nuestro alrededor. No lo creía, no sabía qué creer, no puedo dejarlo, decía mi mente, pero lo dejé, ahí, tirado en el suelo, mientras caminaba con paso lento hacia los árboles, mientras me adentraba yo sola en el bosque, mientras oía estallar el coche a mis espaldas, seguí a delante, como él había dicho.

7º Entrega

Kristen

Una pregunta rondaba por mi mente: ¿Cómo lo sabía?, sin embargo, cuando hablé, no fue lo que salió de mi boca.

- ¿Qué vamos a hacer ahora? - no lo miré para preguntar, miraba al cielo mientras esperaba una respuesta, mi mente en realidad vagaba mucho más lejos de allí, en un universo muy lejano en el que todo parecía ir bien, si no, me hubiese puesto histérica.
- Huir, de momento - su frase se quedo en el aire durante unos segundos de silencio, no podía moverme porque entonces caería sobre mí todo el peso de la realidad.
- ¿Huir a dónde? - pregunté en un suspiro entrecortado.
- No lo se...
De repente una carcajada se abrió paso entre mis entrañas y salió atropelladamente por mi garganta. Miré a aquel chico, no lo conocía de nada. Iba a preguntar quien eres pero no me pareció la pregunta más adecuada.
-¿Qué eres? - le dije, mirándole fijamente a los ojos
Me miró atónito y con el rostro desencajado.

Ciro

Cuando me hizo la pregunta mi corazón pareció dejar de latir por un momento y no pude evitar mostrar mi sorpresa.
- Soy... era... no se que soy ahora pero antes era un ángel, ahora... soy un desterrado supongo - traté de fingir indiferencia pero dudo que hubiese parecido algo real.
Ella no volvió a hablar, se subió al coche y cerró la puerta. Dejé pasar unos segundos antes de ponerme en el asiento del conductor.
- No quería meterte en esto, traté de alejarme de ti - afirmé, pero ella no dijo nada más, se quedó mirando hacia el inmenso cielo mientras yo la conducía por lugares que no conocía. Debía de pensar en mi como alguien que había escapado de un psiquiátrico y ojalá todo fuera tan sencillo.

domingo, 29 de abril de 2012

6º Entrega

Esa misma noche deje la carta, con la esperanza de tener algún plan en los próximos días.

Kristen

Cuando me fui a acostar, me encontré con un papel igual que el de aquel día que no paraba de rondar en mi mente. Aquella caligrafía tan vertiginosa a mi vista. En la parte de arriba ponía mi nombre, esa letra delato a su dueño.
Era de Ciro.
El corazón me latió cada segundo mas deprisa y por fin pude sentir algo, en las ultimas semanas me había convertido en un cuerpo guiado por la rutina, y la ira.
Temí abrir el papel por lo que pudiera poner, pero pensé, que ya nada podría ser peor que esto. Me senté en la cama, con las piernas cruzadas sobre la colcha, y lo abrí.
Mis ojos se llenaron de lágrimas y dentro de mí apareció algo indescriptible, no esa nausea que me subía por la garganta, si no quizás esa emoción a la que solían llamar esperanza.
El chico, como anteriormente solo había usado las palabras justas y necesarias “iré a por ti” y lo creí, esperando que ello no fuera en vano.

Cada día que no apareció se convertía en una puñalada, que iba partiendo mi corazón en pedacitos cada vez más pequeños, pero, tras nueve días, apareció, justo como me había dicho que haría.
No me hizo falta tenerlo cerca, ni siquiera diferenciar su cabello castaño y sus ojos verdes. Sabía que era el cuando su silueta apareció entre las sombras, mas allá de los limites del orfanato a la hora de rezar.
Me quede hipnotizada con esa sombra negra. Alzó el rostro y vi sus ojos felinos brillar.
Mi cara se sonrojo como si me hubiese puesto en ridículo, cuando en realidad, ese acto me hacia sentir mejor que nada. Vi como sus labios se curvaban hacia arriba en una sonrisa cuando se percató de que lo había visto.
Nadie se dio cuenta de que tenia la vista fija en el jardín, aunque yo tampoco me fijaba en el resto, solo tenia ojos para verlo a el.
Cuando su rostro hubo salido de entre la oscuridad, me puse en pie con un estrepitoso sonido que rompió el silencio de la sala, Salí corriendo y nadie me frenó. Abrí la puerta principal y le di alcance, antes de que ésta volviese a cerrarse con un portazo.
Me abalance sobre el y nos fundimos en un abrazo, intimo, irreal, fuera de lugar. No se muy bien por que hice eso, no lo conocía, solo habíamos estado juntos una noche, pero necesitaba aferrarme a algo.

Ciro:

A pesar de su efusiva reacción, no me sobresalte, la recibí con los brazos abiertos aceptándola a mi lado, por que ya no volvería a alejarla de mi.
Cuando la chica volvió en si, casi me empujo para que me separara de ella. Pude ver una sonrisa oculta en sus labios y como el rubor trepaba por sus mejillas, lo que no vi, fue arrepentimiento.
-        hola – me dijo en voz baja, no me contuve y volví a abrazarla.
-        Lo siento… - susurré
-        ¿Por qué? – sabia que temía mi respuesta, su voz que quebró un poco y sus ojos lo decían todo. Precisamente por ello, es por lo que no seria capaz de cumplir lo que me habían ordenado.
 Durante días, había estado pensando en una manera de escapar de esto, pero no tenia ningún plan, y comenzaba a dudar de que hubiera modo alguno de escapar, y a causa de ello había llegado esa noche allí, no se me ocurriría nada, y no podía quedarme de brazos cruzados viéndola sufrir, era incapaz.
-        por haberte metido en esto – quieren matarte, y contigo a nuestro hijo, al igual que desterrarme a mi, debí haberle dicho, pero no lo hice, tampoco me hubiera entendido – tenemos que irnos.

Kristen

Miré hacia atrás, no con nostalgia, como se pudiera pensar, solo regale una ultima mirada a ese sitio donde había perdido los últimos meses.
El chico estaba algo inquieto, y, quizás, yo también debería estarlo, pero en cambio, no lo estaba.
Estaba impaciente, impaciente por salir de allí. Agarro mi mano, haciendo a una oleada de algo indescriptible recorrerme el cuerpo y tirando de mí.
A lo lejos, las luces del edificio se encendían una a una, haciéndolo salir de la penumbra de la noche. La puerta crujió y algunas monjas salieron a buscarme entre la oscuridad, pero no temí, sabia que no me cocerían de nuevo.
Ciro dirigió el coche de vuelta a su casa, y al entrar, el aroma de la estancia me devolvió todos los recuerdos que había estado intentando olvidar.
-        ve al cuarto y coge todo lo que puedas – me dijo, tendiéndome una maleta. Clave la vista en sus ojos durante un fugaz segundo y no hizo falta mas para ver el temor que su alma guardaba. No sabia por que, pero el simple hecho de que algo pudiera tener aquella reacción en el hizo que mi cuerpo se estremeciera y un escalofrío recorriera cada centímetro de mi piel. Algo me decía que no era por las monjas.
Cogí la maleta y hice lo que me ordenaba, cogí lo que me pareció imprescindible, algunas blusas, pantalones y mantas, cuando vi esos papeles de ese color envejecido tan peculiar. Una pluma reposaba en el lapicero, brillante y firme como un soldado de plomo. Cogí ambas cosas y las oculte en un bolsillo de la maleta.
Antes de salir, mire por última vez aquella habitación. La cama hizo que fugaces recuerdos se agolparan en mi mente. El suave aroma que el chico desprendía estaba latente en toda la estancia, y entonces, me molesto tener que salir de allí.
Ciro tiro de mi brazo y me sobresalte con su contacto
-        ¿Qué parte de “tenemos que irnos” no entiendes? – me gritó, cada vez mas inquieto.
Sus ojos titubearon unos momentos, mientras los míos se inundaban de lagrimas como una niña pequeña a la que acabaran de herir, baje la cabeza para que no se diera cuenta de la batalla interna que se estalla llevando acabo en mi. Se acercó lentamente y me atrajo hacia si, una lagrima se escapo, acariciando suavemente mi mejilla
-        lo siento… - le susurre al oído. Yo lo apreté aun mas fuerte, liberándome así un poco de la carga q me acogía – vamos
Agarró la maleta y nos dirigimos a la calle. Estaba algo aturdida e incluso confusa. La emoción del momento había sido reemplazada por el temor contagiado del joven.
En la esquina había aparcado un Volkswagen gris, al que el se dirigió. Abrió la puerta del copiloto invitándome a entrar, y antes de hacerlo, me obligue a echarle un ultimo vistazo. Se había calmado un poco, pero ese temor seguía ahí.
Pareció notarlo y al sentarme poso la mano en mi mejilla, regalándome luego la mejor de sus sonrisas.
-        no te preocupes… - casi suplicaba, y yo obedecí.
Oí como abría el maletero, y luego lo cerraba con un duro portazo, mientras, me arrellané en el asiento esperando a que el se sentara en el sitio del conductor. Arranco el coche con una agilidad increíble, y en ese momento me fije de la madurez que reflejaba, tenia la mandíbula tensa y la mirada perdida.
-        ¿Cuántos años tienes? – le pregunté
-        Trescientos veintinueve – me dijo, una carcajada leve salio de mi garganta y se fue apagando al ver que el seguía serio.
Me quede un buen rato mirándolo, buscando quizás signos de sarcasmo en su mirada, en cambio, no los hubo.
-        ¿eso que significa? – pregunte algo aturdida, sin saber ni siquiera lo que estaba preguntando.
-        Nada. – respondió él, cortante. La conversación había acabado.

Pasaron las horas, y el chico seguía con la vista fija en la carretera, en cambio, yo tenia hambre y era incapaz de seguir quiera, no había dicho ni una palabra, y eso me hacia estar aun mas inquieta, empecé a marearme y sentí como el estomago se me hacia un puño.

Ciro

-        ¿estás bien?
Pare el coche cuando vi que palidecía. Por suerte un mirador estaba a menos de un kilómetro.
Cuando el coche se detuvo abrió la puerta y se perdió entre los arbustos. Baje yo también y me senté en el murillo de piedra. La noche estaba al inundar el cielo y solo entonces tendríamos algo de seguridad, tenia que sacarla de allí.
Cuando la chica volvió tenía un especto aterrador y el rostro completamente pálido, “si no fuera por mi, no estaría así”, me dije a mi mismo.
-        ¿Qué te pasa? – yo lo sabia, pero quería saber hasta donde conocía ella
-        No lo se… - respondió con el rostro desolado
-        Kristen… - susurre, quería decírselo. Sus ojos llorosos se posaron en los míos – perdóname… - su cara se torno una interrogación – es mi culpa que estés así – afirme
-        No digas eso, seguro que no es tu culpa
-        Te deje embarazada y ahora tengo que obligarte a huir cuando seguramente nos encuentren – las palabras salieron a borbotones de mi boca, tropezándose unas con otras, como si hubieran abierto un grifo y luego se hubiese roto la llave.
La chica se quedo tensa sin apartar su vista de mí. Detuve el coche.
Oí el ruido de la puerta al abrirse y como sus pies se hundían en la graba de la carretera, estaba mirando hacia el cielo con la mirada perdida en ningún lado


lunes, 26 de marzo de 2012

5º Entrega


Capitulo 1

Ese día me vi tan sola y abandonada como nunca y al principio me costo, durante todo el día tuve que vagabundear por las calles sin ningún rumbo fijo, porque yo no tenia a donde ir.
Al caer la noche me adentre en un callejón buscando algo de tranquilidad, en cambio, me encontré con una pelea entre un gato y algunos perros callejeros, por lo que solo conseguí fue sobresaltarme y que se me quitara el sueño, así que seguí andando, cabizbaja y tiritando de frío, hasta que encontré una casa abandonada con la puerta rota.
Me senté en una esquina, entre la oscuridad, que de aquí en adelante parecía que sería mi mejor y única amiga. El cristal de la ventana estaba roto, y la luz de las farolas se difuminaba al impactar en los afilados trozos que quedaban incrustados en la madera.
Encogí las rodillas y las abracé, en un inútil gesto para protegerme de la soledad que me inundaba. Poco a poco el sueño me fue venciendo y mis ojos se cerraron para un pequeño descanso de la realidad.
Soñé con él, y con esa noche, tan juntos y unidos que no se repetiría. Él me besaba, cuando gritó “vete” con una voz inhumana y entonces desperté. Una manta me cubría, una manta que no era mía. Miré a mi alrededor. No había nadie.
Me levanté, sin saber muy bien que hacer ahora. No podía quedarme allí a esperar que pasase un milagro, por que no lo haría, mi barriga rugió, recordándome que no comía desde hacía un día.

Fui al mercado, sin pensar mucho en las consecuencias. Un policía gritó mi nombre y sin darme cuenta reaccioné bruscamente delatándome. A partir de ahí, todo sucedió tan deprisa que parecía ir a cámara rápida.
Comencé a correr, prefiriendo cualquier cosa a volver a ese lugar; corrí como nunca, pero, aún así, me atraparon.
-        ¡Pero niña! ¿Cómo se te ocurre? – gritaba el guardia, apretando mi brazo hasta el punto que me hizo daño.
Bajé la cabeza en un gesto de sumisión, pero en cambio, deje que mi mente volara hasta el siguiente plan de escapada.
Llegamos al orfanato y a una parte de mi, le pareció que nunca nos habíamos ido, pero no era así. Nadie salió a recibirme, el hombre tocó la puerta y una de las monjas, Kera, salió a atenderlo de mala gana. Oí como se levantaba de la silla y arrastraba los pies por el lioneo suelo hasta la puerta.
-        Hola – dijo con la voz algo apagada – ¡Kristen! Pero ¿Dónde te habías metido? – continuó la mujer, fingiendo sorpresa, no le sorprendía, le avergonzaba que alguien que hubiese salido de allí no fuera capaz de escapar de la policía, y a la vez, le cansaba tener que volver a ocuparse de mi.
A veces me paraba a pensar en por que seguían allí, no les gustaban los niños, de religiosas poco tenían y tenían aun menos ganas de vivir que yo, y eso era difícil.
Me senté en el alfeizar de la ventana mientras ellos hablaban, como una niña pequeña que no quería meterse en problemas
-        ¡Kristen! – Llamó la madre mayor desde la puerta, con paso decidido se acercó a mi y me dio con fuerza en la nuca.
El dolor se extendía a menos velocidad que mi furia. Nunca me habían pegado, mi madre había luchado por ello, y esa mujer no me iba a poner la mano encima ahora. Cruzó conmigo una mirada que me retaba, como si supiera lo que pensaba.
Yo no quería la guerra, pero no estaba de humor para aguantar estupideces.
Me puse en pié. Era más alta que ella. No la toqué, la mire fijamente y alto y claro le dije
-        No vuelvas a tocarme
La otra monja y el policía miraban atónitos la escena, y como la monja mayor bajó la mirada en ese gesto de sumisión que yo también conocía, es más poco antes también lo había hecho yo.
Me giré y fui hacia las habitaciones, estaba orgullosa de mi misma, ya que antes nadie se había enfrentado a ellas.
Esa noche, a la hora de rezar, me dedique a mirar por la ventana, a recordar a ese chico. ¿Hacía mal? Mi mente daba vueltas y no tenía nada claro.

Capítulo 2

Hacía una semana que había vuelto, y, a pesar de que la madre mayor me temía, las otras no. Había empezado a dedicarme a leer, ya que me parecía interesante esa posibilidad de salir de mi vida para entrar en vidas ficticias con finales felices.
Pensaba, que quizás salir de allí después de todo no era tanta prioridad, solo dos años más y sería libre, pero luego, volvía a la realidad, y escapar volvía a ser mi único objetivo.

Esa mañana el cielo estaba nublado y parecía venírseme encima, parecía que tenía el estómago en la garganta cuando tuve que correr al baño y dejé mis tripas vacías, me dolía la cabeza.

Ciro:

La noticia no se supo hasta el quinto día después de esa noche, cuando se declaro que una nueva vida vendría al mundo y se supo la historia de sus padres. Era mío. Uno de los arcángeles se presentó en mi casa, realmente no quería explicaciones, pero aún así las pidió, yo tampoco tenía escusa.
-        ¡Pero ¿cómo se te ocurre?! – bien se sabía que el hijo de un ángel solo se crea si hay sentimientos de por medio.
-        No lo se… me alejé de ella, intenté que no se repitiera… - intenté excusarme
-        A ver, Ciro, se que aún eres joven, pero entiende que no se trata de que se repita, si no de que ha ocurrido – decía mi superior, intentando hacerme entender algo que en realidad, yo ya sabía – hagamos un trato ¿deacuerdo? – asentí, esperando que se explicara – ve, deshazte de el bebe, y luego podrás ser readmitido, es tu mejor opción o serás expulsado sin retroceso.
Me sobresalté, no por el hecho de que me expulsaran, haciéndome ángel caído, si no por el hecho que me mandaran matar a mi hijo.

Después de ese día la vigilé más que nunca, antes había intentado alejarme de ella, pero ahora, no podía permitírmelo.
Al séptimo día empezaron sus nauseas, y comenzó a dejar de importarme que tuviera que deshacerme del pequeño al ver a la chica sufriendo, no comía, casi no dormía, y se aislaba aun más que antes.
Un día decidí escribirle una carta, me senté en el escritorio de mi casa, cogí un papel de color envejecido y una pluma, la escena me recordó a cuando había escrito aquella breve carta que me había dolido más que cualquier otra cosa, cuatro letras “vete”, ahora me hubiese gustado escribir, “ven” pero ella no podía venir.
Empecé a escribir: “siento haber hecho esto, ojala pudiera volver atrás…” – recordé entonces la primera vez que me mostré, se habría suicidado, taché toda la carta y volví a empezar en otro papel – “nunca debí acostarme contigo ya que ello está teniendo unas graves consecuencias…” – recordé su sonrisa, grabada a fuego en mi cerebro, sus labios en los míos, no me arrepentía, volví a tachar la carta. Volví a empezar – “iré a por ti.” – escribí, era la carta perfecta.

martes, 20 de marzo de 2012

4ª Entrega



Me aparte cuanto antes pude, antes de que pudiera hacer algo de lo que luego me arrepentiría, pensando un modo de mantenerme tan alejado de ella como pudiera.

Kristen
Oí como los pasos del chico se perdieron en el pasillo hasta que la puerta principal cerró de un portazo. Se había ido.
Cogí una camisa y unos vaqueros tres tallas más que la mía y me lo sostuve con un cinturón al que tuve que hacer un agujero improvisado.
La casa se había quedado en un aterrador silencio, que hacía que se me erizara la piel, me senté en el sofá y encendí la tele sin hacerle mucho caso.
Me moría de ganas por preguntarle que sentía él por mi, que por que me esquivaba o cual era la intención de su indescifrable comportamiento. No quería seguir pensando en él o en todas las dudas que podía ello acarrear, aunque una gran parte de mi, lo deseaba con todas sus fuerzas, pero a ningún lado me llevaría ello. En cierto canal, las noticias decían algo de mi desaparición, que al parecer, tras unos días la habían notado.

Ciro
Llegué al trabajo a la hora de siempre para informar de que mi protegida seguía a salvo
-        y tan a salvo según se oye – insinuó uno de los jóvenes.
Lo ignoré, aunque era evidente que lo había oído, alto y claro, que sus palabras resonaban en mi cerebro como pirañas atrapadas en muros de su propia comida.
La jornada transcurrió sin grandes sobresaltos, con reuniones entre los altos cargos y demás rutinas por las que cada día tenía que pasar, se avecinaba una revisión, por lo que pasarían a ver a la protegida pronto, pero no pensé que eso fuese realmente un problema, hasta que me después de pensarlo varias horas, me di cuenta de que ella debía de irse.

Cuando llegué a la casa, la chica estaba hecha un ovillo en el sillón con el mando de la televisión. Alzó la vista en mi dirección cuando abrí la puerta, y dos lágrimas recorrieron sus mejillas. Me acerqué a ella y le alcé el rostro con mi dedo índice, mantuve mis manos en sus mejillas procurando no dejarme seguir de ese punto.
-        Kristen… - la llamé
Ella me miró y intentó pestañear fuerte para que sus lágrimas desaparecieran, pero no lo hicieron. Me miraba con unos enormes ojos azules, tan brillantes, tan tiernos, me acerqué un poco más, su rostro estaba a escasos centímetros del mío, y yo lo sabía, pero no lo impedí, me acerqué un poco más y nuestros labios se tocaron como una caricia que nos había regalado el viento, algo tan delicado y perfecto que parecía irreal. Era tan perfecto que no parecía prohibido, mi protegida…

Kristen
Tras una semana viviendo con él, ya me había dado cuenta de que su trabajo ocupaba prácticamente todo el día, rara vez estaba en la casa, e incluso a veces no aparecía en dos o tres días, precisamente por ello, me extraño tanto cuando ese día llegó temprano, con el semblante serio y los puños apretados.
-        ¿Pasa algo? – pregunté
El chico se relajó un poco y se acercó a mi, hizo que levantara la mirada para encontrarme con sus ojos, y luego mantuvo la palma de su mano en mi mejilla, como si anhelase algo inexistente.
-        Tienes que irte – me dijo casi sin voz.
A pesar de su afirmación, luego me besó, sus labios se encontraron con los míos sin titubear y luego ya no se separaron, él no quería y yo tampoco.
 - Solo una vez – Dijo con una voz inhumana sin separarse de mi.
A pesar de que sus movimientos eran desesperados, brutos, fieros… en mi cuerpo parecían leves caricias del viento. Sin darme cuenta de que nos hubiéramos movido, llegamos al cuarto y me tumbó en la cama. Sus ojos verdes me examinaron como si nunca antes me hubieran visto.
Se acostó a mi lado y siguió besándome.
-        ¿Qué estoy haciendo? – se preguntó a si mismo en un momento determinado, pero no por ello se detuvo.

Cuando desperté, mi cuerpo temblaba y mi cerebro se sumía en un caos, el chico no estaba y el cuarto estaba más frío y vacío que nunca. Tambaleándome me puse en pié y vi un papel sobre el escritorio, pulcramente doblado.
Lo abrí con cuidado y mi corazón dio un vuelvo al ver lo escrito.
Era su letra, se refería a mí. Decía “Vete”. Mis ojos se inundaron una vez más y las lágrimas rodaron por mis mejillas, una tras otra sin poder hacerlas cesar.

Ciro

Me levanté temprano, no quise mirarla después de la noche anterior, no me la merecía e iba a hacerle daño.
Los arcángeles habían hablado antes de casos parecidos y estaba poniendo en juego su vida por mi felicidad.
Me senté en el escritorio, cogí una pluma de tinta y un papel del cojón. Vi como la luz oscurecía partes del papel y otras las hacía trasparente, como si nunca antes hubiera visto nada igual, solo quería alargar el tiempo que la tenía tan cerca.
Me temblaban las manos de arrepentimiento y miedo, quizás, por lo que pudiera pasar, no a mí, si no a esa chica que seguía tumbada en la cama, con ojos cerrados y mente soñadora.
Pude mantener la mano firme mientras con mano rápida escribía “Vete”. Doblé el papel con delicadeza y lo dejé en la mesa. Me paré en la puerta antes de salir y miré a la joven. En mis trecientos años no había visto a nadie como ella.
-        Adiós – susurré.
Pasaron las horas con una velocidad increíble. Cuando las campanadas de la iglesia dieron las 3 decidí volver a la casa, ya que ella ya debía de haberse ido, lo cual me dolía a la par de lo que me aliviaba. “Es lo mejor para los dos” me dije a mi mismo, como si quisiera convencerme, pero eso no justificaba lo que había hecho.

Kristen

Cuando salí del edificio, el sol brillaba como si se riera de mí, como si dijera que estaba siendo un buen día para todos menos para mí. Ya no me quedaban lágrimas, y mi intención era no volver a derramarlas, por nadie ni por nada, aunque eso era muy fácil de decir.
“Aquí, empieza realmente mi historia” me dije

miércoles, 29 de febrero de 2012

3º Entrega


Esa tarde, a medio día, justo cuando el chico se disponía a dejarme sola con mis pensamientos, comenzó a llover, y el chico decidió pasar el primer día conmigo. Aunque no hubo gran diferencia, me agradó sentir la presencia de alguien más en la casa. El chico se sentó en uno de los sillones pequeños a leer un libro que nunca antes había visto, con una solapa antigua de cuero y las páginas envejecidas. Yo encendí la tele y me puse a pasar canales, cuando me aburrí de buscar alguna película inexistente me senté en el bordillo de la ventana a ver como la lluvia empapaba la ventana.
Las gotas gruesas repiqueteaban cuando el cristal interrumpía su camino a unos centímetros de mi, y luego se perdían juntas al llegar a la madera, sin ya fuerza, solo se dejaban llevar por donde la gravedad y el viento las llevaba.
-        No puedo convencerte para que vuelvas ¿verdad? – me preguntó en un momento determinado cuando ya entraba la noche
-        No – le respondí sin vacilar
El chico cerró el libro con un ruido sordo que me hizo pensar que estaba enfadado, aunque cuando lo miré, tenía la vista perdida en el suelo como si estuviera agotado de tener que soportarme.

Ciro
Esa chica que tan inocente me había parecido cuando me la encargaron, ahora estaba allí, viéndome y intentando enfadarme a toda costa.
Mi única misión era protegerla y mantenerla a salvo, y ahora estaba en mi casa y no tenía modo alguno de echarla de allí. No paraba de repetirme que no tendría que haberme infiltrado tanto, pero cuando la miré con sus grandes ojos azules brillando y por una vez sin estar empapados de lágrimas, pude pensar que quizás, eso había valido la pena.
-        ¿Me podría quedar aquí? – me preguntó
Por mi mente pasaron todo tipo de ideas, pero echarla no era una de ellas, mantuve el rostro serio ya que no pensaba denotar ninguna de mis emociones, era yo quien tenía que controlar las suyas, asentí

Kristen
Ese extraño se mantenía firme y frío, tanto que no parecía real. Pero ese hecho hacía todo tan intrigante, que únicamente tenia ganas de descifrar su rostro, su carácter, y gracias a ello, no me apetecía pensar. Todo parecía tan irreal, pero estaba allí, no podía ni ver el orfanato, solo veía mi libertad y ese chico que me había ayudado sin una razón lógica. Me sentía protegida por el, algo que tampoco entendía, ya que podría ser un asesino que yo no lo habría descubierto, pero si me había salvado la vida, suponía que no querría arrebatármela ahora.
Cuando llego la hora de irse a dormir, se fue a otra habitación, así que pensé que me quedaría en el sofá, ya estaba calculando como acostarme para que mi espalda no sufriera, cuando se asomó desde la puerta y me llamó.
Una cama de matrimonio coronaba la habitación, con una colcha azul y blanca, en la pared había una televisión de pantalla plana y algún que otro armario oscuro, la cabecera de la cama, era de una madera negra tallada. El techo estaba decorado con una enorme lámpara de araña.
-        Tu te quedas aquí – me informó el joven
Asentí en su dirección y me senté en el bordillo de la cama
-        ¿Qué piensas hacer ahora? – me preguntó, me quedé pensativa intentando planear algo
-        No lo se – le contesté con sinceridad.
No tenía mas ropa, por lo que me acosté con los vaqueros y la blusa de asillas, cuando estuve ya debajo de la colcha, Ciro volvió a asomar por la puerta
-        Buenas noches – me dijo con un aire paternal que no había visto antes si no en las películas
-        Buenas noches – repetí, sin saber muy bien que decirle
Apagó la luz, y me dejo a ciegas con mis pensamientos, tan sola que un escalofrío recorrió todo mi cuerpo en señal de una inútil alerta.

Cuando desperté me sentí aún mas extraña que cuando me acosté, con las sábanas pegadas al cuerpo, me levanté y aún a oscuras busque a ciegas un baño, por suerte, la habitación tenía uno propio.
Me desnudé y me metí en la ducha, el agua fría, consiguió que mi mente funcionara por fin al cien por cien, como una bofetada impactó contra mi piel, haciéndome temblar, cuando por fin se hubo calentado el baño terminó siendo agradable, siempre tenía la mala costumbre de pensar en la ducha, ya que cuando vivía con mis padres era el único lugar de la casa donde había algo de calma, pero ese día no pensé, no necesitaba pensar en nada, ya que ahora solo quería dejar que las cosas pasaran sin un motivo, sin una razón, solo dejarme llevar por lo que el futuro me iba trayendo. Me sentía liberada y eso nadie me lo quitaría.
Cuando terminé me envolví en una toalla y salí del cuarto a por alguna ropa, aunque me quedara unas tallas mayor, había investigado el armario, pero éste estaba aún más vacío que el mío en el orfanato.
Pasaba justo al lado del salón cuando choqué con el, el chico salía de un cuarto pequeño y casi me cae la toalla al suelo, mis mejillas se sonrojaron más que nunca y él por un segundo mostró un ligero gesto de vergüenza.
-        ¿Tienes alguna ropa que pueda servirme? – pregunté con una voz ronca y casi tartamudeando.
Me di cuenta en ese momento de que su cara estaba de nuevo a pocos centímetros de la mía y mi pecho casi tocaba el suyo, me quedé hipnotizada mirando sus ojos tan dulces y cristalinos como un trocito de cielo con un tono de marrón. Él también acababa de bañarse y su cabello marrón, aún húmedo parecía casi negro. El chico también se quedó mirándome a los ojos, y pude ver como su mano hizo ademán de acercarse a mi rostro en una fracción de segundo, pero luego la volvió a colocar en su sitio con un gesto algo brusco. De repente apartó la mirada y me esquivó.
-        Busca en el armario de ese cuarto – dijo, con una voz que no esperaba que utilizara en ese momento, tan fría, distante y seca que casi hizo que me diera una punzada dentro de mi, señalaba el cuarto del que había salido.


Ciro
Esa chica estaba totalmente convencida en hacerme volverme loco, cuando nuestros ojos se encontraron sentí como una chispa entre nosotros, algo tan imposible que me hizo revolverme del remordimiento.

jueves, 23 de febrero de 2012

2º Entrega



Esa noche no pude dormir, una niña que dormía junto a la ventana se pasó las horas llorando, era nueva, llevaba menos de una semana en ese infierno al que llamaban orfanato, donde se supone que intentaban que los menores sin familia pudieran ser felices… pero realmente no hacían eso, sólo intentaban regalarnos al primero que pasara mientras esperaban a que tuviéramos la mayoría de edad para poder echarnos de allí. Me puse a pensar, pensé en lo agradable que sería vivir sola en una casa, sin que la gente me preguntara a todas horas si estaba bien, o si echaba de menos a mis padres, pensaba también en lo bien que me sentía por que esa abominación que tenía por padre se hubiera suicidado, y luego me sentía mal por el hecho de que me sintiera tan libre a pesar de que ese hombre hubiese matado a mi madre. Pensaba, en lo fácil que sería escaparse de allí, ya que a nadie le importaría que desapareciera, nadie me buscaría… lo pensé tanto que quería hacerlo realidad, con todas mis ganas, casi todo en mi gritaba: corre, pero mi cuerpo no reaccionaba, la otra parte sólo quería descansar.
Cuando salió el sol de la mañana y la luz inundó la habitación, la mujer de siempre nos despertó y nos hizo bajar al patio mientras se terminaba de hacer el desayuno. Como siempre, me sentí como la oveja negra, todos allí eran menores que yo, a excepción de otra chica un año mayor, que tan solo le faltaban unos meses para llegar a la mayoría de edad.
Quizás debí quedarme en ese patio rodeada de niños pequeños a los que algún adulto adoptaría, quizás hacía mal al irme, sin dinero, sin un destino… pero poco me importaba, por que quería empezar mi propia aventura lejos de allí. Cuando comencé a correr, todos los niños dejaron de jugar y dirigieron sus miradas hacia mi, al principio me molesto, por miedo a que me descubrieran y me hicieran volver, pero luego dejo de tener la minima importancia.
Una vocecita me preguntaba que qué hacía, no tenía una respuesta lógica para esa pregunta, cuando me hube alejado varias manzanas de ese lugar y me detuve en seco, esa pregunta se hizo sólida.
El chico del día anterior apareció tras un edificio con el semblante serio como si yo fuese una niña traviesa y él, el padre que tenía que aguantar mis rabietas.
-        ¿Qué haces? – preguntaba como si se estuviera aburriendo de mí.
-        Buscarme una vida mejor. – le respondí, esperando que eso le fuera suficiente
El chico puso los ojos en blanco, sabía que se moría de ganas de repetir la afirmación “estas loca” y seguía siendo verdad, pero prefería prescindir de ella. Dio un violento suspiro y me agarró de la mano, dirigiéndome lejos de la vista de conductores. Su mano sobre la mía hizo que me recorriera un escalofrío, a pesar de que parecía no tener temperatura. Cuando doblamos la esquina me empujo a la pared y me cerró el paso.
-        ¿Por qué haces esto? – me gritó, a pesar de que ya lo sabía. No le contesté, mis ojos se inundaron inútilmente de lágrimas sin sentido. Poco a poco su expresión se fue relajando y acabó mirándome con algo parecido a ternura o pena.
Ese chico hacía que me sintiera bien, pero a la vez me enfadaba mas que nadie
-        Si tanto te preocupa… ¿por qué no me ayudas? – me aventuré. Volvió a suspirar.
-        Eso hago, constantemente – respondió, como si estuviera algo desesperado.
Al final se dio por vencido, y me llevó a un piso que supuse que era suyo, estaba lleno de fotos, la mayoría de chicas, en todas sus edades, familiares, supuse, había desde fotos en blanco y negro, hasta algunas no tan antiguas. Una llamó mi atención. Una niña sonriente alzada por dos brazos fuertes, al lado, una madre muy orgullosa de la familia que había conseguido, la niña era yo, a mis 3 años quizás. No me asusté por que tuviera fotos mías, lo que hice fue cuestionarme de que algún día esa familia existiera.
-        Conocía a tu madre – me dijo el chico, a pesar de que yo no se lo pregunté. Asentí.
-        ¿Era feliz? – dije sin darme cuenta
A pesar de que no quería preguntar, lo miré con toda la esperanza de que me afirmara de que en algún momento lo fue.
El chico me asintió
-        Lo era cada vez que te veía – me dijo el chico con dureza. Quería creerlo, pero me era imposible después de ver lo que le hacía ese hombre.
-        ¿Cómo te llamas? – le pregunté. El chico se quedó pensativo, y por unos segundos dudé de que me fuera a responder
-        Kristen… ¿Para que quieres saber mi nombre?
-        Ya que tu sabes el mío y me vas a ayudar… - le dije como si intentara suplicarle
-        Me llamo Ciro – su nombre sonaba irreal, aunque no fuese de los mas extraños.
-        ¿Por qué me ayudas?
-        Quieres ayuda ¿cierto? – dijo como frase final, ya cansado de mis preguntas.
No volví a decir nada, me senté en el sillón a observar las miles de fotos que había en la habitación.