Resumen

Todo cambió cuando él se interpuso en mi camino, sin un motivo, sin una explicación, se propuso cambiar mi vida, y lo consiguió, pero las consecuencias, son impredecibles

miércoles, 22 de febrero de 2012

1º Entrega



Ese chico sujetaba mi mano como si le fuera la vida en ello, y la verdad era que su vida no dependía de tal cosa, pero la mía si, al borde de un precipicio sujeta a la vida con un brazo ya cansado de un extraño me veía en ese mismo instante.
Ahora me daba cuenta de lo estúpida que había sido al intentar saltar, y lo aun mas estúpida que parecía al estar siendo salvada por alguien con quien nunca había hablado.
-        No te sueltes – me gritaba el chico intentando subirme.
Ahora no sólo saltaría yo, si no que me llevaría la vida de alguien que no tenía culpa alguna.
Él de verdad creía que mi vida valía para algo, me miraba con unos ojos tan intensos que me penetraban hasta el alma haciéndome sentir culpable. No lo era, estaba en todo mi derecho de querer quitarme la vida, ya que ya no me quedaba nada. Intenté abrir la palma de mi mano.
-        No te sueltes – volvió a repetirme con aún más insistencia y fulminándome con la mirada
-        No lo haré… - Susurré al viento.
Las lágrimas se precipitaron desde mis ojos, rodaron por mis mejillas y cayeron a ese vacío a donde próximamente caería yo, y él si no me soltaba…
El chico hizo un último esfuerzo, del que pensé que no sería capaz, pero me elevó con todas sus fuerzas y mis pies dejaron de estar en el aire. Cuando sentí el suelo de nuevo debajo de mí, una oleada de alivio y de rabia a la vez me invadió, no tenía claro si quería apartar a ese chico y volver a tirarme o abrazarle y darle las gracias por salvarme la vida.
Antes de que hiciera nada mis piernas flaquearon y caí de rodillas, las lágrimas brotaron con más fuerza aún y no pude hacer nada mas que quedarme ahí, tirada.
-        ¿Porqué has hecho eso? – me gritó ese chico
-        Pensé que nadie me salvaría
Él me miró con insistencia, cómo si pensara que yo jugaba con él y ya estuviera harto de aguantar mi incomprensible juego.
Se inclinó a mi lado y levantó mi rostro, con la otra mano secó mis lágrimas, pero al momento, éstas fueron sustituidas por otras.
-        No llores… - me suplicó, como si le importara realmente.
Quité el peso de mis piernas y me senté en el suelo, abrazando mis amoratadas rodillas. El chico se sentó a mi lado y me abrazó con todas sus fuerzas como si fuera un viejo amigo que quería consolarme, pero eso no cambiaba el hecho de que no lo fuera. No dijo nada más, sólo se quedó ahí sentado, a mi lado, hasta que yo me tranquilicé.
-        No me dejaste morir – le dije
-        Estas loca – me contestó él. Acababa de verlo por primera vez, pero esa afirmación demostraba que sabía más de mi que nadie, que podía ver adentro, lo negra que estaba mi alma, contaminada, herida. No lo decía como insulto, ni como pregunta, sólo afirmaba que estaba loca, y quizás, eso fuera cierto.
-        Quizás si – le dije yo.
Meses atrás, veía como mi padre castigaba a mi madre hasta dejarle el cuerpo morado, y cuando ésta se resistía, el se acercaba a mi y me agarraba por los pelos, como si fuera un chantaje para mi madre, como diciendo, si no te daño a ti, la dañaré a ella, y yo así lo prefería, pero ella no, a ella le dañaba más verme sufrir a mi.
Cierto día, ese hombre sumido en una borrachera que nunca había imaginado que fuera posible, entró con un ruido estrepitoso por la puerta principal y delante mía apuñaló a mi madre hasta la muerte, cada golpe que le daba me dolía a mi en el fondo de mi ser, y aún más me dolía el hecho de que ella no se resistía, yo solo podía mirarla desde el otro extremo de la habitación, oculta en un hueco de un armario en el que nunca nadie se fijaba. Cuando el hombre acabo con la vida de la mujer se dejó caer al suelo llorando, al rato se levantó y con el mismo cuchillo que la había matado a ella, se mató a si mismo. Estuve días encerrada en ese armario, no por que no pudiera salir, o quizás si, mi cuerpo no reaccionaba, y aún cuando llegó la policía tampoco lo hizo, mi mente no funcionaba, pero yo tampoco quería que lo hiciera.
Otra lágrima surcó mi rostro
-        ¿Quién eres? – me preguntó el chico, haciéndome volver al aquí y ahora, algo que le agradecí.
-        Alguien desafortunada – me limité a informarle, aunque suponía que eso ya lo sabía.
-        ¿por qué haces esto? – volvió a preguntar
-        Por que a nadie le importa mi vida y yo preferiría dejar de sufrir – le contesté
-        Yo quiero que sigas viviendo – me afirmó con el rostro serio, como si para él fuese una gran perdida el hecho de que yo desapareciera, como si realmente tuviera algo que ver con su vida y fuera una parte importante. – No quiero que vuelvas a hacer esto, se por lo que has pasado, se lo que intentas hacer, pero cada vez que lo intentes yo estaré ahí y lo impediré, así que no te molestes en complicarme mi trabajo – finalizó.
Miré a ese chico de arriba a abajo, intentado averiguar si lo conocía de algo, pero llegaba continuamente a la conclusión de que no. A la orilla del llamado límite de la tierra el cabello de ese chico se agitaba fieramente, lo tenía corto y castaño y unos ojos miel cautivadores, sus labios finos y firmes denotaban su seguridad en sí mismo, sabía que no podía fallar, que todo lo que se proponía lo conseguiría, y al igual que él creía eso, yo también. Era musculoso, alto y andaba firme y decidido.
Pude ver mi reflejo en sus ojos, una niña con un cabello desgarbado, unos ojos deshechos en lágrimas, y un aspecto tristemente observable.
-        Confía en mí, ahora todo irá mejor – me dijo, como si de verdad lo creyera. Yo quería estar tan segura también, de verdad que lo intentaba, pero después de por lo que había pasado no podía imaginar una vida mejor.



Después de un rato, volví al orfanato, con la idea de intentar darle otra oportunidad a mi cruel historia

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